DECLARACIÓN DE
LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL
EPISCOPADO
“Sobre el bien
inalterable del Matrimonio y la Familia”
Al
pueblo de Dios y a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad.
1.
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad (cf. 1 Tm 2,4). Por eso estableció con el hombre un diálogo de salvación,
que culminó en el encuentro con Jesucristo, Señor nuestro y compañero de camino.
La Iglesia está llamada a extender este diálogo a la convivencia humana. El
diálogo para ser fecundo debe ser claro, afable, sencillo y confiado. Todo esto
lleva implícito el respeto a la persona que vive, siente y piensa de un modo
diferente. Todos estamos llamados al amor de Dios. La claridad del diálogo exige
un discernimiento en orden a reconocer la verdad, sobre la cual los pastores no
podemos callar. Esto no supone menosprecio ni
discriminación.
2. El ser
humano ha sido creado a imagen de Dios. Esta imagen se refleja no sólo en la
persona individual, sino que se proyecta en la complementariedad y reciprocidad
del varón y la mujer, en la común dignidad, y en la unidad indisoluble de los
dos, llamada desde siempre matrimonio. El matrimonio es la forma de vida en la
que se realiza una comunión singular de personas, y ella otorga sentido
plenamente humano al ejercicio de la función sexual. A la naturaleza misma del
matrimonio pertenecen las cualidades mencionadas de distinción,
complementariedad y reciprocidad de los sexos, y la riqueza admirable de su
fecundidad. El matrimonio es un don de la creación. No hay una realidad análoga
que se le pueda igualar. No es una unión cualquiera entre personas; tiene
características propias e irrenunciables, que hacen del matrimonio la base de la
familia y de la sociedad. Así fue reconocido en las grandes culturas del mundo.
Así lo reconocen los tratados internacionales asumidos en nuestra Constitución
Nacional (cf. art. 75, inc. 22). Así lo ha entendido siempre nuestro
pueblo.
3.
Corresponde a la autoridad pública tutelar el matrimonio entre el varón y la
mujer con la protección de las leyes, para asegurar y favorecer su función
irreemplazable y su contribución al bien común de la sociedad. Si se
otorgase un reconocimiento legal a la unión entre personas del mismo sexo,
o se las pusiera en un plano jurídico análogo al del matrimonio y la familia, el
Estado actuaría erróneamente y entraría en contradicción con sus propios deberes
al alterar los principios de la ley natural y del ordenamiento público de la
sociedad argentina.
4. La unión
de personas del mismo sexo carece de los elementos biológicos y antropológicos
propios del matrimonio y de la familia. Está ausente de ella la dimensión
conyugal y la apertura a la transmisión de la vida. En cambio, el matrimonio y
la familia que se funda en él, es el hogar de las nuevas generaciones humanas.
Desde su concepción, los niños tienen derecho inalienable a desarrollarse en el
seno de sus madres, a nacer y crecer en el ámbito natural del matrimonio. En la
vida familiar y en la relación con su padre y su madre, los niños descubren su
propia identidad y alcanzan la autonomía personal.
5. Constatar
una diferencia real no es discriminar. La naturaleza no discrimina cuando nos
hace varón o mujer. Nuestro Código Civil no discrimina cuando exige el requisito
de ser varón y mujer para contraer matrimonio; sólo reconoce una realidad
natural. Las situaciones jurídicas de interés recíproco entre personas del mismo
sexo pueden ser suficientemente tuteladas por el derecho común. Por
consiguiente, sería una discriminación injusta contra el matrimonio y la familia
otorgar al hecho privado de la unión entre personas del mismo sexo un estatuto
de derecho público.
6. Apelamos
a la conciencia de nuestros legisladores para que, al decidir sobre una cuestión
de tanta gravedad, tengan en cuenta estas verdades fundamentales, para el bien
de la Patria y de sus futuras generaciones.
7. En
este clima pascual, y al iniciar el sexenio 2010-2016 del Bicentenario de la
Patria, exhortamos a nuestros fieles a orar intensamente a Dios Nuestro Señor
para que ilumine a nuestros gobernantes y especialmente a los legisladores. Les
pedimos también que no vacilen en expresarse en la defensa y promoción de los
grandes valores que forjaron nuestra nacionalidad y constituyen la esperanza de
la Patria.
99ª Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal Argentina
Pilar, El Cenáculo, 20
de abril de 2010