FAMILIA,
COMUNIÓN DE AMOR, TAREA DE TODOS
En
la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal que acabamos de concluir, una
vez más hemos fijado nuestra atención en la familia, en las circunstancias
críticas que le toca atravesar y en la asistencia que procuramos
ofrecerle.
1.
La belleza de la familia
Hemos
considerado su íntima belleza que le viene, ante todo, de ser obra de Dios: “los
creó varón y mujer...”, llamándolos a la comunión del amor y a manifestar en su
ser la imagen viva de la Trinidad. En este inefable misterio, la familia
encuentra la gracia y la inspiración necesarias para vivir la comunión, en
la que podemos vislumbrar la inmensidad del amor de Dios que alegra y plenifica
el corazón del hombre.
La
familia se funda en el matrimonio, elevado también por Cristo a la dignidad de
sacramento, constituido por la unión estable, perdurable, entre un varón y una
mujer que comparten un proyecto común abierto a la comunicación de la
vida. Por eso no se la puede equiparar a ningún otro tipo de
unión.
Esa
familia merece el título de “santuario de la vida”. La vida humana, realidad
preciosa y sagrada, debe ser respetada desde su concepción hasta su fin natural.
Así lo reconocen también la Constitucional Nacional y las de muchas
Provincias.
2.
Necesitamos leyes que promuevan la vida
Las
leyes deben cuidar y defender la vida, el primero de los derechos humanos
-inalienable e irrenunciable- y su “santuario” que es la familia. Por eso
quienes tienen responsabilidad de legislar deben procurar hacerlo en el ámbito
de un análisis sereno, abierto a la verdad y respetuoso del bien común de la
sociedad, conscientes además del valor educativo que tienen las leyes. Una ley
justa ennoblece y promociona a la sociedad. Esto lo reiteramos preocupados
por la existencia de proyectos de ley que pretenden legalizar el horrendo crimen
del aborto.
También
en el proceso de crecimiento de la vida humana, consideramos inaceptables, y a
veces totalitarias, las leyes que tienden a imponer planes de
educación sexual en las escuelas sin tener en cuenta el derecho
primario y natural de los padres a la educación de los hijos y sin
referencia a los valores morales y religiosos.
3.
Recrear la convivencia familiar
La
familia tiene por vocación original ser escuela de humanidad, de sociabilidad y
de amor. En su seno se debe reconocer la propia dignidad, se debe aprender a
convivir y a descubrir la maravilla del amor. La familia se convierte así
en remedio por excelencia para superar los efectos nocivos del desamparo y
del abandono, con trágicas consecuencias de violencia, delincuencia y
adicciones, que sufren especialmente los jóvenes.
Muchas
veces el desamparo y aún el abandono se deben a las condiciones de
extrema pobreza e incluso de miseria que aquejan a tantos grupos familiares y a
tantos ciudadanos en nuestra Patria. Urge instaurar -lo decimos una vez más- una
justicia demasiado largamente esperada y promover la cultura del trabajo,
requisito necesario para un futuro más humano.
4.
Importancia e influjo de los MCS
No
podemos dejar de mencionar, con dolor, el influjo negativo que ejercen muchos
medios de comunicación sobre las familias. Renovamos por tanto, nuestro llamado
a los responsables de los mismos para que utilicen estos modernos
instrumentos a fin de promover los auténticos valores que alienten a las
familias y no las dañen de ningún modo.
5.
El compromiso de los agentes de pastoral
Somos
conscientes del trabajo generoso de los sacerdotes, de los consagrados y de
tantos agentes pastorales en favor de las familias. Les agradecemos de corazón
su servicio, los alentamos a continuar con entusiasmo su labor y al mismo tiempo
los instamos a revisar y actualizar su formación, a fin de que a
través de una renovada catequesis pueda resplandecer el “evangelio de la
familia” y su belleza.
Reconocemos,
sin embargo, como comunidad eclesial y particularmente como pastores, las
deficiencias en la atención y acompañamiento de las familias, manifestadas por
ejemplo en una predicación, una catequesis y una educación escolar
insuficientes; en orientaciones morales a veces no plenamente concordes con la
enseñanza de la Iglesia; en la ausencia de consideración de temas indispensables
para la convivencia familiar, como la castidad conyugal -recta vivencia de la
sexualidad- y el mutuo respeto debido entre sus miembros, especialmente con
relación a la mujer. Nos duele también comprobar que algunas situaciones
difíciles son tratadas sin suficiente espíritu de misericordia.
Persuadidos
de la inestimable importancia de la familia, queremos subsanar esas deficiencias
con una pastoral orgánica que la revalorice, y en ello comprometer lo
mejor de nuestros esfuerzos para atenderla y ayudarla siguiendo las
orientaciones del documento “Navega mar adentro”.
6.
Desde la experiencia de Dios amor, renovar la familia
El
encuentro con el rostro de Cristo vivo en el que brilla la feliz noticia de la
misericordia del Padre, abre nuestros corazones a la comunión, la misión y
la solidaridad.
El
Papa Juan Pablo II nos invita a rezar en familia. La familia que reza
unida permanece unida y reproduce el clima de la casa de Nazareth: Jesús
está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos
las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el
camino. Esa oración alcanza su culmen cuando la familia participa de la Misa del
domingo.
Anhelamos
también que en el amor manifestado en la cruz, las familias heridas por el dolor
o por cualquier clase de rupturas puedan transfigurar sus situaciones y
renovar la esperanza.
Agradecemos
a tantas familias de nuestra Patria por su testimonio silencioso de alegría y
fidelidad al don de Dios, y las alentamos a no decaer en la tarea de hacer de
cada hogar una escuela de comunión, solidaridad y santidad.
A
la Sagrada Familia encomendamos todas las familias de nuestra Patria a
quienes hacemos llegar de corazón nuestro saludo afectuoso y nuestra
bendición.
Los
Obispos de la Argentina, reunidos en la 86ª Asamblea
Plenaria
San
Miguel, 15 de noviembre de 2003 – Fiesta de San Alberto Magno