DEFORMACIÓN DE FORMADORES El
Gobierno nacional difunde un manual de educación sexual que descalifica la moral
natural y avasalla la libertad de enseñar y
aprender. Mons. Héctor Aguer,
Arzobispo de El designio profundo del manual “es la
‘desconstrucción’ de una concepción de la sexualidad de acuerdo al orden natural
y a la tradición cristiana”. El material tiene una
visión: reduccionista (la sexualidad no contempla el bien integral de la
persona, en ningún momento se menciona al amor), constructivista (no
reconoce la existencia de una naturaleza de la persona y de sus actos) y
neomarxista (interpreta la sexualidad según la
dialéctica del poder). Este enfoque intenta
imponerse, además, de modo coercitivo, atropellando la libertad de conciencia
-de docentes, alumnos y padres- y la libertad de enseñar y aprender -que debería respetarse en
escuelas privadas y estatales-. Tras
analizar el documento el Arzobispo platense concluye: “Se avizora un peligroso
avance totalitario (.) La tan mentada neutralidad religiosa del Estado en el
ámbito educativo, el célebre laicismo escolar, no es compatible con la
imposición de una dogmática constructivista y atea que resulta una especie de
religión secular, ajena a la tradición nacional y a los sentimientos cristianos
de la mayoría de nuestro pueblo”. A
continuación el análisis completo de Mons. Aguer: Orientaciones oficiales
sobre Educación Sexual Se está difundiendo actualmente un documento de 302
páginas titulado Material de formación de
formadores en educación sexual y prevención del VIH/SIDA. Se trata de un
emprendimiento oficial, que procede de los ministerios de Educación y de Salud
de La ideología de género se expresa en este documento
con el máximo rigor. Se presenta esa perspectiva como el instrumento para
modificar significados y prácticas que, según tal visión reduccionista, son construcciones obstaculizadoras que
impiden el acceso efectivo a los derechos que se enuncian, referidos al
ejercicio de la sexualidad. El propósito de modificar conductas tiene una meta
privilegiada de carácter sanitario, prevenir la infección del virus de
inmunodeficiencia humana y de otras enfermedades de transmisión sexual. Pero
también es fuerte el acento sociológico-político, ya que en varias de las
contribuciones recopiladas se enfoca la sexualidad desde la dialéctica del
poder. La promoción del uso del preservativo es sólo el aspecto más superficial
de esta propuesta (una obsesión de las políticas oficiales, engañosas, además);
el designio profundo es la “desconstrucción” de una concepción de la sexualidad
de acuerdo al orden natural y a la tradición
cristiana. Desde el comienzo de esta publicación desigual y
farragosa la sexualidad es presentada como una construcción histórica y
sociocultural. Es lo propio de la ideología de género, según la cual lo
masculino y lo femenino, el ser varón y el ser mujer, no surge de una diferencia
biológica y mucho menos se identifica con ella, sino que procede de la evolución
de la cultura y es, por lo tanto, cambiante. Una persona sería varón o mujer
porque es tributaria de una determinada tradición cultural que le ha impuesto
estereotipos, porque desde la primera infancia han modelado a esa persona para
que se comporte como varón o como mujer. La perspectiva de género establece una
escisión en la realidad viviente de la persona humana: por un lado lo biológico,
físico y corpóreo; por otro, la libertad, la creatividad que caracteriza a un
ser personal y sus manifestaciones en la conducta y en la cultura. Siguiendo las
huellas de Descartes se desprecia lo biológico, que suele identificarse, sin
más, con lo natural, ya que en esta concepción antropológica no se reconoce la
existencia de una naturaleza de la persona y de sus actos. El hombre sería pura
libertad creativa, fuente de incesante autoconstrucción y, en consecuencia,
capaz de hacer con su bíos lo que
quiera, incluso hasta de transformarlo según sus fantasías y sus trastornos de
personalidad. Una recta antropología reconoce la compleja armonía de una unidad
viviente, en la que se verifica una continuidad entre lo biológico, lo
psicológico y lo espiritual. Aquella escisión es la base para afirmar, en la
perspectiva de género, la elección de la orientación sexual. La brecha
estipulada entre sexo y género explica también que, en la presentación de la
sexualidad que se ofrece en el documento que comentamos, jamás se hable del
amor. El sexo, al parecer, no tiene nada que ver con el amor; la rica
problemática filosófica, e histórico-cultural sobre las relaciones entre eros y agápe, entre el deseo y el don, no tiene
cabida en esa visión reduccionista de la
sexualidad. Llama la atención el uso que se hace en el texto de
la noción de sexualidad integral.
Parece designarse con ese nombre los diversos usos y discursos a los que se
subordinan los cuerpos, en los cuales se inscriben los géneros, es decir, las
diversas identidades sexuales: femenino, masculino, “trans”, etc. De hecho, en
el contexto, la nota de integral
equivale a un plural: se llama sexualidad integral a las sexualidades; la apertura a la
diversidad subraya el desprecio del bíos y la escisión antes señalada. Bajo
el amparo del género caben los diversos comportamientos sexuales: así se otorga
carta de ciudadanía a la homosexualidad y sus variantes. Es éste otro propósito
recurrente en el documento. Uno de los “materiales” incluidos en la recopilación
es un artículo de la profesora Graciela Morgade, ex funcionaria del área
educativa del Gobierno de Me detengo todavía en esta
autora para señalar un párrafo inquietante de su artículo, en la página 33 de la colección. Se refiere
al enfoque de educación sexual propio de los servicios educativos de gestión
privada, que según ella sigue un modelo
moralizante. He aquí el pasaje: Esta
perspectiva es contradictoria con la vocación universalizante de la escuela
pública y es más apropiado para los servicios educativos de gestión privada que
sostienen un ideario explícito que las familias conocen y eligen. Sin embargo,
aun con la libertad de construcción del proyecto pedagógico institucional de la
que gozan los establecimientos y la libertad de elección por parte de las
familias, existen leyes nacionales e internacionales con respecto a los derechos
de niños/as y jóvenes a recibir información que también limitan y brindan un
marco común de ciudadanía que ningún proyecto educativo debería omitir. Es
evidente que estos enfoques aportan contenidos que constituyen el corpus de la
educación para la sexualidad en la escuela. Sin embargo, suelen parcializar la
cuestión, tienden a silenciar las realidades de niños/as, jóvenes y adultos/as,
y por acción u omisión, terminan reforzando las relaciones de poder
hegemónicas. Deslizo dos rápidas observaciones. Es admirable la inversión de
las calificaciones, ya que se atribuye universalidad a la visión torcida,
reduccionista, de la sexualidad, propia de la ideología de género, que el Estado
impone arbitrariamente en la escuela “pública” (debería decir: de gestión
estatal), atropellando la libertad de conciencia de los alumnos y de sus padres,
y en cambio se señala como parcializante el enfoque que integra un “ideario
explícito” en las escuelas públicas de gestión privada, que en el caso de las
católicas presenta integralmente la realidad humana de la sexualidad, incluyendo
todas sus dimensiones y también, por supuesto, el amor, la libertad y la
responsabilidad moral. En segundo lugar, no me parece pecar de suspicaz al
reconocer una velada amenazada a la libertad de enseñar y aprender la verdad,
cuando se menciona la posible aplicación de leyes nacionales e internacionales
que declaran y tutelan derechos de niños y jóvenes. Digámoslo claramente: leyes
inicuas, presuntos derechos. El Estado, para ejercer su inclinación totalitaria,
posee una herramienta democrática: un
marco común de ciudadanía.
La inspiración neomarxista, que recuerda en cierta medida al feminismo
libertario de Shulamith Firestone, se advierte en varios de los elementos que
componen la recopilación de materiales. En ellos se subraya la interpretación de
la sexualidad según la dialéctica del poder. Además, se insiste en que el uso,
disfrute y cuidado del cuerpo (a eso se reduce la realidad plenaria, bella y
sagrada de la sexualidad humana) están fuertemente condicionados por la
situación socioeconómica y educativa, las costumbres y valores del grupo social
de pertenencia y las relaciones hegemónicas de género. Sin negar el posible
influjo de algunos de esos factores, es inaceptable el reduccionismo
antropológico: ninguna referencia a la realidad propiamente humana, personal, de
la sexualidad, que incluye la dimensión ética y espiritual. En todo caso, el
valor moral y la espiritualidad quedan subordinados a las relaciones de poder
que se verifican en la construcción social de la
sexualidad.
El planteo constructivista se propone como medio eficaz para superar
estereotipos, los que se fijan cuando se educa al varón como varón y a la mujer
como mujer. En el fondo, el constructivismo detesta la distinción y la
complementariedad de los dos sexos y con el propósito de liberar a la mujer la
masculiniza y destruye su femineidad. Cito: no existe una “esencia” femenina o
masculina, formas de ser o comportamientos inmutablemente propios y distintos de
varones y mujeres, sino que a partir de las diferencias de sexo biológico, se
construyen producciones culturales y políticas sobre lo masculino y lo
femenino. La revelación bíblica, iluminando y confirmando el orden natural
de la creación, nos enseña, en cambio, que la imagen divina en la criatura
humana se verifica en la forma irreductiblemente doble, y a la vez
complementaria, del varón y la mujer, en la unidad de los
dos.
La perspectiva de género se propone modificar los roles sexuales (y no se
trata simplemente de admitir que la mujer trabaje fuera de casa y que el varón
cuide al bebé), sino alterar la constitución de la familia y de la sociedad, con
consecuencias impensables para el futuro de la humanidad. Con el propósito de
criticar un discurso que intentaría circunscribir la participación de las
mujeres a cuestiones reproductivas, se menoscaba, por no decir que se
desconoce la vocación maternal que es propia de la condición femenina, de su
genio, y que constituye su gracia peculiar; desprecia asimismo su lugar
irreemplazable en la familia, en la familia sin más, según el orden natural, y
no en cierto tipo de familia, como se
dice con cierto dejo despectivo en el texto. La potencialidad destructiva del
orden familiar, de la que está cargado este documento oficial, se manifiesta,
por ejemplo, en el siguiente enunciado: la perspectiva de género requiere de un
proceso comunicativo que la sostenga y la haga llegar al corazón de la
discriminación: la familia. El “empoderamiento” de la mujer, como superación
de las relaciones hegemónicas de poder, implica introducir la potencia
destructiva de la dialéctica en el seno de la familia. Es el planteo habitual
del feminismo extremo.
El “enfoque de derechos”, como se lo llama, proclama para los niños y
adolescentes el derecho al sexo como
un derecho humano, y concretamente: a decidir tener o no tener relaciones
sexuales, libres de todo tipo de coerción y violencia y a no sufrir ninguna
consecuencia no deseada de esas relaciones. Derecho, también, a recibir
educación sexual temprana y adecuada para evitar esas consecuencias y a alcanzar
el más alto nivel de salud sexual y reproductiva. Ni amor, ni responsabilidad,
ni matrimonio, ni familia como proyecto de vida. Se confiesa explícitamente que
la educación sexual excluye la formación en las virtudes, el aprecio y respeto
de los valores esenciales que constituyen a la persona en su auténtica
perfección. Así se dice, en un texto debido a Eleonor Faur: la educación en sexualidad es, en
definitiva, un tipo de formación que busca transmitir herramientas de cuidado
antes que modelar comportamientos. En suma, por educación sexual se entiende
la reivindicación del derecho a fornicar lo más temprano posible, y sin olvidar
el condón. Se afirma expresamente que
La orientación de este programa “educativo” a partir de la afirmación de
los derechos de los niños y adolescentes conduce a excluir la autoridad de los
padres y los derechos y deberes que brotan de la patria potestad, tutelados por
+ Héctor Aguer Arzobispo de ______________________________________ NOTIVIDA, Año IX, nº 607, 28
de julio de 2009 Editores: Pbro. Dr. Juan C.
Sanahuja y Lic. Mónica del Río Página web http://www.notivida.org Email
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