Por qué Hollywood
promueve la causa gay
Por
Michael
Medved [1]
Una estrategia planeada
desde fuera de los medios audiovisuales
Quisiera abordar tres cuestiones
fundamentales con respecto a los medios de comunicación, en especial el cine y
la televisión, y su modo de tratar el tema de los homosexuales y la
homosexualidad.
La primera cuestión es si los mensajes
negativos contra la familia que muchos observadores detectan en los medios se
deben sobre todo o en gran medida a la desproporcionada presencia de
homosexuales en puestos de influencia en los mismos medios.
Tras la publicación de recientes biografías,
resulta bastante claro que el gran actor, cómico y cantante Danny Kaye era
bisexual. Tuvo diversas relaciones y murió de SIDA, enfermedad que contrajo, al
parecer, a causa de una transfusión sanguínea. El hecho de que Danny Kaye fuese
bisexual no constituye para mí, de ninguna manera, un motivo para privar a mis
hijos de que disfruten con sus estupendas películas. Lo mismo ocurre en el caso
de Howard Ashman, que también murió de SIDA y que era un homosexual declarado:
fue uno de los creadores más destacados de «La Bella y la Bestia» (Beauty and
the Beast), en mi opinión una de las mejores películas infantiles de los últimos
tiempos.
Sería injusto, impropio y engañoso culpar a
los gays de las películas repugnantes que produce Hollywood. Los que las hacen
son, en su gran mayoría, heterosexuales acérrimos.
Presión más que presencia
El problema en Hollywood no es la presencia
gay, sino la presión gay. Y esa presión es ejercida, en buena medida, por gente
ajena a la industria cinematográfica.
Yo mismo experimenté esa presión social en
abril de 1992, cuando me tocó cubrir la entrega de los Oscars. Era el año de
mayor saturación del omnipresente lazo rojo del SIDA, que todo el mundo estaba
obligado a llevar.
Un productor me puso el lazo del SIDA en la
solapa. Le dije: «No voy a llevar el lazo del SIDA». Él contestó: «¿Es que eres
un intolerante que odias a los gays y quieres que se mueran todos?». Le
repliqué: «De ninguna manera. Sin embargo, recientemente mi abuela ha fallecido
de alzheimer, y tengo muy presente que las víctimas del alzheimer son muchas
más. Si existiese un lazo del alzheimer, yo lo llevaría; pero me opongo a que me
obliguen a llevar este».
Después, fue una satisfacción para mí ver que
hubo otra persona, Clint Eastwood, que esa noche subió al estrado sin el lazo
del SIDA. De todos modos, al final tuve que oír la histérica reprimenda de
«Usted no volverá a trabajar en esta ciudad». Y ese fue, de hecho, el último año
que cubrí la entrega de los Oscars en directo; pero, pese a las amenazas e
imprecaciones, aparecí ante las cámaras sin llevar el lazo del
SIDA.
Aquella misma noche, mientras llegaban los
invitados a la ceremonia, a las puertas se manifestaba un grupo muy numeroso de
indignados gays. Uno de los blancos de su protesta era Jonathan Demme, que ganó
la estatuilla al mejor director por «El silencio de los corderos» (The Silence
of the Lambs). Portaban pancartas y coreaban lemas contra Demme por su falta de
sensibilidad y su odio hacia los gays. La consecuencia de esa repulsa fue una
película llamada «Philadelphia». Este film sirvió para congraciar por completo a
Jonathan Demme con la comunidad gay.
Ahora bien, ¿por qué hizo esa película?
¿Creyó acaso que la comunidad gay del país, verdaderamente minúscula, podía
acabar con su carrera? No: acababa de ganar un Oscar. Pero se convenció de que
tenía que ofrecer un sincero gesto de arrepentimiento, una sincera demostración
de que no era un intolerante. Por eso hizo «Philadelphia». Toda esa compleja
combinación de expectativas, críticas y manifestaciones provocó que un cineasta
heterosexual hiciera «Philadelphia», e hizo que unos productores heterosexuales
se avinieran a promover algunas de las demandas y objetivos fundamentales del
programa gay. No fue por la orientación sexual, sino por la presión social.
No es por motivos
comerciales
Esto nos lleva a la segunda cuestión que
quiero examinar. ¿Se puede explicar la actual plétora de mensajes gays en los
medios como una simple respuesta a la demanda del mercado? Una buena manera de
comenzar la reflexión es considerar el caso de «Philadelphia», pues, para
muchos, se trataba de un proyecto muy difícil de vender, pero resultó ser un
notable éxito de taquilla. Creo que, en parte, el éxito se debió a que muchos
americanos pensaron que ir a ver «Philadelphia» era algo así como una buena
acción. Como si yendo a ver la película y pagando la entrada, uno estuviera
haciendo algo para afrontar la crisis del SIDA, que todos consideramos como un
lamentable y doloroso problema de Estados Unidos.
Pero «Philadelphia» no es la única película
reciente de tema gay que ha obtenido gran éxito de taquilla. Al menos, el éxito
de «Philadelphia» se puede explicar porque es un film bastante bueno. Sin
embargo, hay una película totalmente penosa titulada «A Wong Foo», ¡gracias por
todo!, Julie Newmar (To Wong Foo, Thanks for Everything, Julie Newmar), que es
de verdad una de las peores películas que he visto en los últimos años, y he
visto muchas. Para mayor sorpresa, el film titulado «Una jaula de grillos» (The
Birdcage), protagonizado por Robin Williams y basado en el viejo musical francés
«La cage aux folles», llegó a convertirse en un gran éxito de taquilla.
Así que la gente de Hollywood podría alegar:
«Un momento; lo que estamos haciendo no es de ningún modo plegarnos a un
determinado grupo o a unos intereses concretos. Simplemente es una respuesta
inteligente a lo que pide el mercado. Existe un público para este material, de
modo que lo producimos: ¿no es así?».
No, no es así. Porque las películas que he
citado son excepciones bastante raras entre las producciones de tema gay. La
mayor parte de ellas reciben un contundente rechazo por parte del público, que
parece no tener el menor interés por tales películas.
Fracasos de taquilla
Las películas que he mencionado pueden abonar
la tesis de que «lo gay es rentable». Pero están otras como «¡Con plumas y a lo
loco!» (Love, Valor, Compassion), que trata de ocho gays que un verano pasan
juntos tres fines de semana en un bosque, junto a un lago. Comparan sus
dolencias y, sobre todo, hablan en tono mordaz pero bastante deprimente de sus
problemas y dificultades, y de su medicación contra el
SIDA.
Cuando se estrenó la película, obtuvo
magníficas críticas en toda la prensa, excepto en el New York Post, donde la
reseñé yo. Me pareció realmente aburrida, pretenciosa y casi insoportable. Es la
adaptación de una obra de teatro galardonada con el premio Tony. En cualquier
caso: la película se estrenó y hubo poco menos que obligar a la gente para que
fuera a verla. No tuvo apenas ingresos de taquilla.
Lo mismo se puede decir de «Priest», película
sobre un sacerdote católico británico, derechista, que lleva una doble vida. Los
viernes por la noche se viste de cuero negro y va a bares gays y alterna con
jovencitos, lo que da pie a escenas de sexo muy explícitas. La película se
estrenó con mucho bombo, porque es profundamente anticatólica: no sólo por
mostrar a un sacerdote gay, sino también por el modo de presentar la Iglesia y
sus enseñanzas, en general. Pude hablar con propietarios de cines, que tenían
que exhibir la película porque así lo exigían sus contratos con la
distribuidora, y puedo asegurar que en varios lugares del país hubo sesiones sin
otro espectador que el proyeccionista, y eso porque él estaba contratado, y
tenía que pasar la película aunque no hubiese un alma en la sala. Ese film no
fue un gran éxito de taquilla.
Quien diga que tales producciones responden a
la realidad social o a un fenómeno de taquilla, simplemente no se entera.
Porque, francamente, si uno quiere ante todo ganar dinero, hay maneras mejores
que tratar temas gays. Para los anunciantes, es un asunto delicado. La serie
«Ellen», en que la protagonista revela que es homosexual, perdió cientos de
miles de dólares en publicidad de la Chrysler, J.C. Penney, Wrigley y de otras
empresas patrocinadoras, que prefirieron no mezclarse con el programa. La propia
cadena emisora [ABC] reconoció que con «Thirty-something» (tal vez recuerden que
tenía una breve escena de cama con dos gays) había perdido más de un millón de
dólares en publicidad sólo en esa noche. Sería muy equivocado decir que la
abundancia de personajes y temas gays en los medios norteamericanos responde a
la demanda del público.
Insensibilizar al público
Llegamos así a la última pregunta. Si no se
debe a la orientación homosexual de la gente de Hollywood, ni al simple deseo de
ganar dinero, ¿por qué este repentino y tremendo auge de temas y personajes
gays, casi siempre, por cierto, presentados de modo muy positivo? ¿Existen, de
hecho, algunos mensajes y valores sistemáticamente transmitidos por los medios
de comunicación en este país, y que están influyendo en el público en general?
A propósito de esto, me parece muy
significativo un artículo que apareció en una revista gay llamada Christopher Street en
diciembre de 1984. Refleja con gran exactitud lo que ha ocurrido en los medios
norteamericanos. El artículo se titula
«Waging Peace: A Gay Battle Plan to Persuade Straight America». Los autores son dos dirigentes del movimiento
gay, Marshall K. Kirk y Erastes Pill.
En una parte del artículo, los autores dan
seis principios para persuadir a los heterosexuales. Podemos reducirlos a tres
objetivos básicos. Primero, insensibilizar y normalizar. Segundo, insistir en
que los gays son víctimas. Y tercero, satanizar a los defensores de la familia.
He aquí, en concreto, lo que proponen:
«Creemos que lo primero es insensibilizar al
público con respecto a los gays y sus derechos. Insensibilizar al público es
ayudarle a ver la homosexualidad con indiferencia, y no ya con apasionamiento.
Casi cualquier comportamiento empieza a parecer normal si se satura al público.
El modo de entumecer la sensibilidad espontánea hacia la homosexualidad es que
haya mucha gente que hable mucho sobre el tema en términos neutrales o
favorables. Que se hable del tema continuamente da la impresión de que la
opinión pública, al menos, está dividida, y de que un sector considerable admite
o aun practica la homosexualidad.
Incluso los enconados debates entre detractores y defensores
sirven para insensibilizar, siempre que salgan a la palestra gays "respetables"
que hablen a favor. Lo principal es hablar de lo gay hasta que el tema llegue a
resultar tremendamente aburrido».
Presentar a los «gays» como víctimas
Respecto a este primer punto, yo diría:
«misión cumplida». La premonición y exactitud de esta descripción del programa
gay es absolutamente extraordinaria. Los autores
prosiguen:
«Dónde hablamos tiene su importancia. Los
medios audiovisuales, el cine y la televisión, son claramente los más poderosos
creadores de imagen en la civilización occidental. El hogar medio norteamericano
consume siete horas diarias de televisión. Esto abre un portillo en el mundo
privado de los heterosexuales, por el que se puede introducir un caballo de
Troya. En lo que toca a quitar sensibilidad, el medio es el mensaje de la
normalidad. Hasta ahora, el Hollywood gay ha resultado ser nuestra mejor arma
secreta en la batalla por insensibilizar a la mayoría. Poco a poco, en los diez
últimos años, se han ido introduciendo personajes y temas gays en los programas
de televisión y en las películas. Ha sido, en conjunto, un proceso
alentador».
Recordemos que esto se escribió en 1984. A
continuación, los autores hablan sobre sus oponentes:
«Podemos minar la autoridad moral de las
Iglesias homófobas presentándolas como retrógadas y anticuadas, desfasadas con
los tiempos y los últimos descubrimientos de la psicología. Frente al enorme
empuje de la religión institucional, hay que oponer el poder de atracción, aun
mayor, de la ciencia y la opinión pública. Semejante no-santa alianza ha
demostrado ser una buena arma contra las Iglesias en temas como el divorcio o el
aborto. Si se habla abiertamente y en dosis suficientes de la prevalencia y
respetabilidad de la homosexualidad, esa alianza puede volver a funcionar».
Después, los autores nos llevan al segundo
punto:
«Hay que presentar a los gays como víctimas y
no como revolucionarios agresivos. En toda campaña para ganarse al público, los
gays deben aparecer como víctimas necesitadas de amparo, para que los
heterosexuales se sientan espontáneamente inclinados a adoptar el papel de
protectores. Si, por el contrario, se presenta a los gays como un grupo fuerte y
orgulloso que promueve un estilo de vida rígidamente inconformista y desviado,
entonces será más fácil que sean vistos como una amenaza pública, a la que
estaría justificado resistir y reprimir. Por eso debemos vencer la tentación de
hacer alarde público de nuestro "orgullo gay" cuando esto entre en conflicto con
la imagen del gay como víctima».
Satanizar al oponente
Entonces los autores abordan el último punto.
Han hablado de entumecer la sensibilidad y de normalizar; luego, de presentar a
los gays como víctimas; finalmente, hablan de cómo satanizar a sus oponentes.
«En una fase posterior de la campaña por los
derechos de los gays, habrá que arremeter contra los que todavía se opongan.
Hablando claro: hay que vilipendiarlos. Aquí nuestro objetivo es doble. Primero,
hemos de procurar cambiar su arrogancia en sentimiento de vergüenza y de culpa
por ser homófobos. Segundo, hay que mostrar al público imágenes de homófobos
acérrimos que tengan otros rasgos y creencias desagradables para el americano
medio. Entre tales imágenes podrían estar: el Klu Klux Klan pidiendo que se
queme vivos a los gays o se los castre; pastores fanáticos del sur que babean de
odio histérico hasta el punto de que parezcan cómicos y trastornados; punkies,
matones y criminales que hablen en tono amenazador y descarado de los "maricas"
que han matado o les gustaría matar; un recorrido por los campos nazis donde se
torturaba y gaseaba a homosexuales».
Yo diría que los efectos han sido
devastadores. Al ver el plan de batalla tan brillantemente trazado en este
artículo, ¿quién pondría en duda que parte del problema, en esta que algunos han
llamado guerra cultural, consiste en que un bando está preparado, organizado y
firmemente decidido, mientras que el otro bando no está más que empezando a
despabilarse poco a poco?
A favor de la familia
¿Qué hemos de hacer? Hemos de responder con
el mismo esfuerzo coordinado y deliberado que han empleado los radicales del
movimiento gay. Ellos han insistido en insensibilizar y normalizar, en presentar
a los gays como víctimas y en satanizar a los oponentes. Lo que debemos hacer es
renormalizar la vida familiar. La lección más importante -de una importancia
crucial- es que no llegaremos a ninguna parte si este conflicto se plantea entre
defensores de la homosexualidad y contrarios a la homosexualidad. Porque, en ese
caso, resulta muy difícil convencer de que no somos simplemente gente hostil,
intolerante y antipática.
Nosotros no debemos definirnos como
anti-gays; debemos definirnos como pro-matrimonio, y esta es una diferencia
esencial. Porque yo soy una de esas personas que creen que la homosexualidad es
una amenaza contra la familia, contra el matrimonio y contra nuestro concepto de
la eminente santidad de la unión monógama, perpetua y sagrada entre un hombre y
una mujer. Este es un criterio primordial que hemos de
sostener.
Pero seamos claros: la mayor amenaza contra
la familia no viene de la comunidad gay. Viene de la infidelidad, del divorcio,
de todas las tentaciones que temen y padecen los heterosexuales en una cultura
hedonista. Nuestra respuesta no debería ir específicamente dirigida a los
homosexuales o a las cuestiones homosexuales, sino a la necesidad de dignificar,
santificar y defender la familia y la institución del matrimonio.
En el segundo aspecto, el de la
victimización, tenemos que mostrar cómo se victimiza a la familia. Tenemos que hacer
ver cómo se ataca a los padres que intentan defender la inocencia de sus hijos:
no sólo en los medios de comunicación, sino también en los colegios, por parte
de un Estado cada vez más hostil, y por grupos que promueven todo tipo de
libertad de expresión, excepto la de afirmar que el matrimonio heterosexual y
monógamo es, sin comparación, algo valioso e importante, por lo que merece la
pena luchar.
Destacar lo positivo
La tercera parte de la estrategia gay, la de
satanizar, es la única que no debemos adoptar. No necesitamos satanizar a nadie.
Nuestra táctica no debe basarse en la satanización, sino en el amor y la
compasión, y ha de destacar lo positivo, en vez de arremeter contra lo negativo
de aquellos con quienes estamos en desacuerdo o caricaturizarlos grotescamente.
Es una tentación que especialmente las personas de conciencia y de fe deben
rechazar de plano.
¿Podemos ganar en esta controversia? Podemos;
más aún: debemos. Por el bien de nuestra fe, por el bien de nuestras familias y
por el bien de nuestra civilización. Y, sobre todo, por nuestros hijos y nietos,
y por su futuro.
Fuente: Revista Altar Mayor Nro 107 del
06 Jun de 2006
[1]
Michael
Medved es estadounidense, judío, crítico de cine y televisión,
autor del libro Hollywood
versus America y, junto con su esposa, Diane, del más reciente
Saving Childhood
(HarperCollins, Nueva York, 1998). Este artículo es una versión adaptada de su
intervención en el simposio «Homosexuality and American Public Life», organizado
por el American Public Philosophy Institute en 1997.