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Una falsa piedad

Por el Dr. Miguel Ángel De Lorenzo

Desde siempre se ha considerado a la muerte como aquello que les sucede a los otros, argumento con el que los hombres de algún ingenuo modo, intentaban atenuar la angustia  ante la  certeza  del inevitable fin de la vida.  Pascal decía que “no habiendo podido los hombres, remediar la muerte, han decidido no pensar en ello”

Por cierto que la posmodernidad llega con su propia manera de responder al interrogante de la muerte. La novedad de la época consiste en banalizar las grandes cuestiones  del hombre para las que carece de respuesta. Lo trascendente es mostrado  como insignificante, trivial, o peor aún, ridiculizado.

Cualquiera de nosotros, todos los días, a cada momento, asiste a más muertes que las sucedidas en cualquier campo de batalla de la primera guerra. Podrán tratarse de hechos reales  o muchas veces ser imágenes  de  ficción, lo cierto es que ahí esta la muerte representada como un dato, no más importante que un café o un viaje en subte.

Espíritu de época

Cargada de nihilismo, parte de la filosofía actual apunta contra el hombre. Tal el caso del francés  Gilbert Simondon  cuando dice que: “lo artificial es lo específicamente humano”. O el de Peter Sloterdijk que da la bienvenida a la “domesticación y cría de seres humanos” y al hombre “autodesechable”.

La posmodernidad acepta este antihumanismo al pensar que - la frase es de Claude Levi Strauss - “el hombre no es más que una cosa entre las cosas”.  “Ya que - continúa el belga  - se trata de resolver lo humano en lo no humano”.

En este marco de sinsentido absoluto, quedan atrapados los defensores de la eutanasia. Para ellos el hombre es –la cosa – cosa que sufre, es cierto, pero que  en vez de generar una actitud  de comprensión y ayuda, de alivio de su angustia, de atenuación de sus sufrimientos y dolores da lugar a la falsa piedad de la muerte. La solución, nos dicen, estaría menos en el auxilio del próximo sufriente que en matarlo.

En veredas opuestas Víctor Frankl que había padecido un campo de concentración decía: “créame que no abandoné un momento la convicción que la vida tiene un sentido en todas las condiciones y circunstancias y lo seguirá teniendo hasta el final”.

El Papa Juan Pablo II por su parte, escribe: por eutanasia se debe entender una acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte con el fin de eliminar el dolor. Confirmo, dice el Papa, que es una grave violación de la ley de Dios. Que conlleva según las circunstancias la malicia propia del suicidio o del homicidio. 

La dignidad única e irrepetible de cada hombre es su ser propio y este es el acto primero constitutivo de la persona, lo más perfecto en toda la naturaleza. Ni las personas con algún deterioro intelectual o capacidades diferentes, ni los ancianos, ni los débiles, ni aquellos que se hallen en cualquier otra condición de vida por más crítica o precaria que esta sea, pierden esa dignidad máxima e inviolable de persona.

“El programa de eutanasia de Hitler no se fraguó – dice en otra parte  Victor Frankl- en  un ministerio nacional socialista, sino que estaba ya preparado en los escritorios y en las aulas de escritores y catedráticos nihilistas que siguen existiendo y que envenenan con su propio sentimiento de absurdo de la vida”

 El hombre en la era de la tecnociencia, que dispone de impresionantes recursos  para atenuar el dolor, y acompañar al que sufre  parece, por el contrario, recibir con alegría los viejos pedidos, que ya hacía Plinio para los afectados de úlceras gástricas y también Napoleón en Siria, que al ver los sufrimientos de sus soldados enfermos de peste, propuso al médico militar que les diera una rápida muerte. Este respondió: general, los médicos estamos aquí para sanarlos, no para matarlos.

En Italia y en el mundo se comenta hoy la circunstancia de  Eluana Englaro.

Esta joven mujer a la que se retiraron todos los medios extraordinarios de soporte vital, siguió con vida recibiendo como único  apoyo real, nutrientes  y agua.

Para la nueva piedad esta circunstancia que en poco difiere del trato que habitualmente reciben los niños más pequeños, o los muy ancianos etc. etc. configura una forma de vida inaceptable, y la multitud  contra viento y marea pidió matarla, cerrando los tubos por donde le llegaba el agua.

Nadie podría negar que se trataba de una situación crítica y sumamente triste, pero si para no ver el dolor, para que “triunfe” nuestra idea, todo lo que pudimos hacer por Eluana en nombre del progreso  fue hacerla morir de sed, estamos verdaderamente mal.

Porque hasta hoy por lo menos, Eluana estuvo bien cuidada, pero niños y adultos en condiciones desesperantes de enfermedad, hambre, miseria y sobre todo de abandono  encontramos en este momento en cientos de poblaciones africanas, en China, en India, en nuestra América toda, en Añatuya, Formosa,  Chaco, en… el gran Buenos Aires ¿que harán el mundo y nuestro país con ellos? Probablemente como no tienen prensa los dejarán en la estacada. Y de alguna absurda manera tal vez sea lo mejor, porque de ser consecuentes con sus teorías cuando les resulten intolerables, dirán que tienen derecho a morir “dignamente” y obrarán en consecuencia.

En tanto, perplejos, asistimos al debate mundial, agua si, agua no, que decidió el futuro de esta mujer. Al mismo tiempo que nos muestran una hermosa foto con el rostro de Eluana,  una parte de la humanidad como en el circo romano  le bajó el pulgar, en nombre, eso si, de los derechos humanos. Es una caravana que alegremente pidió la muerte de otra persona, como si dispusieran del  control  de la vida  de los otros y de la dosificación del sufrimiento, hasta acá se sufre, más allá, esta permitido matar.

El bíblico no matarás en lo sucesivo deberá leerse como, jamás matarás osos panda, ballenas, leopardos, etc. etc. en lo referido a  los hombres y si es por una “causa buena”, todo bien, se puede conversar…              

Por que no aventurar, llevando al extremo los argumentos eutanásicos utilizados en este caso que,  si por algún extraño sortilegio, a pesar de negarle algo tan elemental como el agua esta joven hubiera seguido con vida,  el próximo paso  tendría que haber sido impedirle que respire. Quitémosle primero el agua, si fracasamos seguiremos con el aire.

De este modo habría que incorporar también la asfixia como uno de los nuevos elementos de la terapéutica médica de la posmodernidad y re entrenar a médicos y enfermeras en el delicado arte de hacer morir de sed y de hambre y aún de asfixiar a los pacientes que algún tribunal, o ministro o diputado, muy piadosamente, ordenen matar.

Claro que llama la atención que quienes juraron defender la vida, se presenten en Italia como “voluntarios” para esta ejecución. No parecería exagerado reflexionar que sus vocaciones estarían más cercanas a las de verdugos que a las de médicos.

Hasta hemos leído en algunos medios que “morir de sed es una de las muertes más dulces”, o también que en este caso el aporte de agua y nutrientes constituyen recursos desproporcionados. Es cierto que al médico se le plantean hoy cuestiones filosóficas para las que claramente no está preparado, pero incluir al agua como recurso “desproporcionado” nos habla de los  abismos de necedad  adonde puede caer la ciencia que, sabiéndolo o no, adhiere a las corrientes del antihumanismo.

Llegará así la eutanasia a través del caso excepcional, luego quedamente agregarán como tantas veces en la historia, razones económicas, raciales, religiosas, políticas, etc. de modo que alguno, en el estado que todo lo controla y decide, del que tenemos ciertas noticias, nos informará su decisión  acerca del momento y la forma de nuestra muerte o de nuestros prójimos, en nombre de un cinismo estremecedor y de la  piedad mas cruel y más falsa.

Fuente: La Nueva Provincia, 11/02/2009