CONFERENCIA
EPISCOPAL ECUATORIANA
SOBRE LA “PÍLDORA DEL DÍA
SIGUIENTE”
Carta del Consejo Permanente de
la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, a los sacerdotes y fieles católicos del
Ecuador, sobre la “píldora del día siguiente” (PDS):
Quito, 3 de enero de 2005
Queridas hermanas y
hermanos:
Los Obispos del Ecuador
queremos decir nuestra palabra en torno a este tema que en las últimas semanas
ha preocupado a varios sectores de nuestra sociedad. Hablamos desde nuestra
misión de pastores de la Iglesia y escribimos la presente carta con gran afecto
hacia cada una y cada uno de ustedes. Deseamos que nuestras palabras iluminen y
disipen dudas.
Exponemos principios de
carácter ético y moral, que reflejan la doctrina permanente de la Iglesia frente
a aspectos relacionados con la transmisión de la vida y con la vida misma. En
último término, el objetivo de este mensaje es defender la vida humana, que es
sagrada desde el momento mismo de su concepción hasta su término natural. La
Iglesia Católica, apoyada en serios estudios médicos y científicos, sostiene que
la vida humana comienza desde el momento en que el óvulo es fecundado: es allí
cuando empieza la vida de un nuevo ser humano. El respeto a la vida no admite
discriminación alguna, pues no hay vidas que sí son respetables y otras que no
merecen respeto alguno.
Defender la vida se ha
vuelto tarea difícil en nuestros días, cuando por diferentes caminos emerge una
“cultura de la muerte”, promovida y mantenida por algunas voces, tras de las
cuales es posible que hablen no pocos intereses, particularmente económicos.
Esto resulta paradójico en una sociedad que frecuentemente se autoproclama
respetuosa de los derechos humanos y que, sin embargo, no ve contradicción
alguna en atacar la vida precisamente de los más débiles e indefensos, las niñas
y los niños no nacidos.
Los embarazos no deseados
y no deseables -generalmente fruto de relaciones sexuales irresponsables,
particularmente entre los más jóvenes- constituyen ciertamente un grave
problema. Pero un problema no se resuelve creando otros problemas ni, menos aún,
recurriendo irresponsablemente a la solución criminal del aborto. No faltan
quienes, envueltos en aires de falsa modernidad, llegan a proclamar el aborto
como un derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo. Nada más
falso, puesto que el ejercicio de la propia libertad tiene un límite
infranqueable: el derecho a la vida de los demás. El nuevo ser concebido ya no
es ‘su cuerpo”: es una vida nueva, distinta a la de la mujer que la concibió; y
nadie puede disponer de esa nueva vida.
La investigación médico
científica debe probar que la ‘píldora del día después’ no impide la anidación,
en el útero materno, del óvulo fecundado, es decir, probar que no elimina una
vida humana. A esta evidencia no han llegado los estudios científicos; y puede
ser que no lleguen nunca. La falta de investigaciones completas y definitivas
que permitan comprobar con certeza un efecto abortivo de la PDS no es
sorprendente. Los datos médicos y biológicos existentes proceden en su mayoría
de investigadores con fuerte sesgo favorable a la contraconcepción en todas sus
formas. Sin embargo, los laboratorios que comercializan la PDS ya informan que
uno de sus efectos puede ser el de impedir la anidación del óvulo fecundado en
el útero materno, produciéndose así la eliminación de una vida humana. Aunque
son necesarios todavía más estudios para profundizar el tema, existe evidencia
científica suficiente para afirmar -a partir de los datos hoy disponibles- que
la PDS tiene efectos abortivos. Siendo así, estaríamos frente a una realidad a
la que hay que llamarla por su nombre, más allá de sutilezas seudo científicas y
de manipulación de las palabras: simplemente se llama aborto. Quienes hablan de
‘evitar un embarazo no deseado’ deberían decir claramente que en realidad se
trata de interrumpir un embarazo ya iniciado.
También se trata de
‘justificar” el uso de la PDS en casos extremos de violación e incesto. La
doblez del argumento se advierte por el carácter excepcional de esos supuestos,
que no exigen la difusión masiva y económicamente rentable que se propone. Esos
dolorosos casos reclaman, por lo demás, un tratamiento mucho más humano y
complejo.
No se trata de una
cuestión primariamente religiosa. Es una cuestión que, perteneciendo también al
orden religioso y moral, pertenece al orden básico y natural de la justicia.
Las reglamentaciones del
Ministerio de Salud expedidas hace algunos años y los más recientes registros
sanitarios otorgados a las píldoras portadoras del principio activo en cuestión
(Levonorgestrel) han de ser sometidas a diligente revisión, en virtud del
mandato constitucional que compromete al Estado y todos sus órganos en la
defensa de la vida humana desde la concepción. La Constitución de la República,
como norma suprema, no puede ser desvirtuada por reglamentaciones de rango
administrativo.
La sociedad ecuatoriana
se empeñó en la aprobación del Código de la Niñez y de la Adolescencia, en el
cual se proclama textualmente que “los niños, niñas y adolescentes tienen
derecho a la vida desde su concepción (...). Se prohíben los experimentos y
manipulaciones genéticas y genéticas desde la fecundación del óvulo hasta el
nacimiento” (Art. 20). Estas proclamas, ¿se quedaron solamente en el papel, como
tantas otras leyes de nuestro país?
Si queremos evitar las
consecuencias negativas de una sexualidad irresponsable que se guía
exclusivamente por el placer y el egoísmo, hay que ir por otro camino: el de una
verdadera e integral educación sexual, que no se reduce a señalar el uso del
condón, de la PDS y otros artificios engañosos, que ya han demostrado su
incapacidad para disminuir los embarazos no deseados o detener el alarmante
crecimiento del VIH. Esta educación os tarea de todos, fundamentalmente de la
familia y de los establecimientos educativos, a fin de que superemos la actual
“inmunodeficiencia” de valores morales. También pueden y deben aportar mucho los
medios de comunicación social, cuyos programas y publicaciones sobre tos temas,
en un momento dado, podrían favorecer la permisividad y una falsa tolerancia, o
crear mayor confusión y desorientación.
La Iglesia
católica está dispuesta a unir sus esfuerzos a los de todas las personas e
instituciones que están a favor de la vida y laborar en una verdadera educación
sexual de niños, jóvenes y adultos. Hace un especial llamamiento a los jóvenes
-mujeres y varones- para que no se dejen atrapar por la corrupción y la mentira;
y los invita a no tener miedo de vivir la castidad, de practicar una conducta
sexual responsable y de alinearse decididamente en favor de la vida.
Monseñor Vicente Cisneros
Durán, Arzobispo de Cuenca, Presidente; Monseñor José Vicente Eguiguren,
Secretario General.