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Tomado del libro “El escándalo de la niñez”

Autor: Sebastian Sánchez

Capítulo 2: Hugo Wast y la "Autobiografía del hijito que no nació"

Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo San Pablo (Col 1, 24)

El hombre y la vocación

Quisiéramos poder decir que Gustavo Martínez Zuviría, Hugo Wast, no necesita presentación ante los lectores argentinos e hispanoamericanos, pero no es posible pues su enorme obra literaria, leída antaño por gentes de todo el mundo, permanece hogaño en la silenciosa oscuridad que la contracultura dominante impone a los pensadores católicos. Es que el "mundo mundano" no admite a los caballeros cristianos que en cada circunstancia han sido Testigos de la Fe y, menos aún, si han tenido el atrevimiento de ser egregios literatos, como en este caso.

La sola historia de la literatura argentina es pródiga en ejemplos de proscripciones y ensalzamientos alternados. Así, por ejemplo, a Leopoldo Lugones no se le perdona la casi póstuma conversión ni la pietas patriótica del final de su vida, pero se aplauden sus extranjerizantes inicios literarios, pletóricos de agnóstico romanticismo de corte rubendariano. Y, en el mismo sentido, se exalta al "último" Marechal, apóstata y filomarxista, pero se aborrecen sus ominosos "errores de juventud", esto es, su contribución en los Cursos de Cultura Católica y su patriótica poesía religiosa.

Pero a Hugo Wast, la pseudocultura no le perdona nada. Porque fue un caballero cristiano en todo el sentido de la expresión. Porque fue un Señor de la Patria Católica sin claudicaciones. Porque fue a la vez padre y esposo amoroso y firme milite por la familia argentina. Porque fue adalid de la literatura católica e hispánica y hombre público dispuesto al sacrificio por el Bien Común natural y sobrenatural. A él debemos los argentinos, aún cuando la multitud de los que no saben lo que hacen no lo reconozca, la sanción del decreto ley que restauró la educación religiosa en la Argentina en el año 1944.

Los libros de Hugo Wast, sin excepción, han sido motivo de escarnio y de furor destructivo para los ideólogos, sobre todo en los últimos veinte años. No han faltado incluso las denuncias por su "antisemitismo" y el decomiso de alguna librería porteña por parte de la policía, brazo ejecutor de la censura del Régimen. Acontecimientos éstos que sólo continuaron el mismo sendero de las condenas que nuestro autor sufrió en vida. Valga como muestra de su martirio incruento su destitución del cargo de Director de la Biblioteca Nacional cuando, en 1954, el gobierno peronista de entonces desató la persecución, igual que hoy, contra la Iglesia. Se vió entonces obligado a desalojar la casa que ocupaba con su esposa y sus diez hijos en el segundo piso de la Biblioteca. No tenía casa propia y deambuló varios días recurriendo a sus amigos hasta encontrar vivienda decorosa donde cobijarse con los suyos. Pero él vivía la persecución con cristiana alegría pues, para decirlo con sus propias palabras, "algo le falta a la gloria de un escritor católico a quien no se le menosprecia por razón de su obra" [1].

Y seguimos en su paráfrasis al decir que, tanto en su vida como en su obra, Hugo Wast fue el fiel reflejo de quien jamás anduvo corto al cumplir su misión, esto es, la de católico al servicio de la Palabra por la palabra. Nunca tuvo miedo, salvo el timor Dei que hace a los hombres santos, y jamás pactó con el enemigo, pues al único diálogo al que fue afecto es aquél de la admonición caritativa que procura la salvación del otro. Y, sobre todo, nunca se cuidó a sí mismo sino que dejó que Dios lo cuidará.

Por eso nada dejó sin decir en sus novelas. El amor y la pasión, el orgullo y las miserias, los vicios todos quedaron estampados en su prosa fresca y sencilla porque supo con claridad que "el pecado es materia de arte. No se trata de escamotearlo, como si no existiera; pero si se lo presenta, es necesario presentarlo como pecado. Nada más" [2]. Hugo Wast nunca escribió uno de esos "malos buenos libros" que omiten al pecado como si no existiera. Y, por lo mismo, jamás se preocupó por el "escándalo farisaico" tan cercano al protestantismo victoriano, que no al catolicismo criollo.

Decir que fue escritor prolífico es casi un eufemismo. Las ediciones de sus libros en castellano, contando sus reimpresiones en el país y en el exterior, y las numerosas versiones a lenguas extranjeras, suman 450 volúmenes. Su primer libro, "Rimas de Amor", se publicó en 1904 y fue la única obra poética de su vida. De ahí en más, hasta la "Autobiografía del hijito que no nació", publicada en 1963, fue un novelista católico que alguna vez, cuando los temas lo merecieran, acometería victoriosamente el ensayo. "Año X", sus reflexiones sobre la Revolución de Mayo, y "Navega hacia alta mar", su tratado de ascetismo, son dos obras luminosas de este último género [3].

En fin, Hugo Wast cumplió sobradamente las condiciones que Manuel Gálvez fijó para el novelista católico al decir que "tiene que ser un hombre que grite la iniquidad del mundo; que muestre la obra oculta de Dios en las conciencias atormentadas o corrompidas; que no transija con la hipocresía; que señale a los católicos sin cristianismo, vale decir, que viven como si Cristo no hubiera dado su Sangre por redimirnos; que descubra las fuerzas demoníacas que hay dentro de cada hombre; que no tema a las más bajas realidades" [4].

Hasta aquí el hombre. Evitaremos el error de querer decirlo todo para terminar diciendo nada. Ya sabrá el lector buscar por su cuenta la rica biografía de nuestro autor. Aquí sólo aspiramos a fomentar, sobre todo en los más jóvenes, la lectura del entrañable escritor. Para ello, y sin obviar nuestras limitaciones, trazamos a continuación las líneas centrales de su novela póstuma, acaso una de sus obras más importantes si no por la calidad literaria, por la caritativa originalidad de su empeño.

La "Autobiografía del hijito que no nació"

"Mi cuerpo es tan pequeño todavía que no puede ser visto por los ojos de nadie, pero mi alma ya es tan grande como lo será siempre". Así comienza este magnífico libro, de género único, en el que un nascituro piensa y sufre, habla con los ángeles y arcángeles y sueña, como sueñan las almas inocentes, en ser un sacerdote al servicio de Cristo Rey.

Es éste un libro católico que sobrevuela los dogmas sin cercenamientos ideológicos. Fiel a su apotegma, nuestro autor no deja nada por decir y, lo mismo se detiene en el Misterio de la Creación y la Redención o en la acción de los ángeles, que en la realidad opresora del pecado y en la causa del mismo, el demonio. Porque Hugo Wast no sufrió las taras ideológicas modernistas que empiezan por negar al diablo como realidad personal y terminan por impugnar la naturaleza divina de nuestro Señor Jesucristo.

Y, si es cierto que no hace del Maligno su tema central, como haría un luterano, no lo es menos el hecho de que no deja de señalar las penas del infierno para los impíos que mueren sin arrepentimiento.

Prueba de esto último es la pavorosa escena de la muerte de Tubal Astaró, el pérfido abortero, que en su lecho mortal recita el Himno a Satanás de Carducci y la Oración a Satanás de Proudhon:

Su cara se descompuso - describe Wast - Mueca pavorosa en que se mezclaba la asfixia de los pulmones, el dolor agudísimo de las arterias finas que estallaban, el miedo insondable y tenebroso en que se hundía la mísera alma, sin otro salvavida que las blasfemias con que había implorado la protección del diablo y no el perdón del Redentor, que por ella derramó en vano su Sangre. Tan cierto es que Dios respeta hasta el borde del infierno ese prodigio de la Creación que es la libertad humana [5].

Hasta que, tras tan horrenda agonía, llega la muerte y el paso al infierno, con sus penas de daño y de sentido, que no otro es el destino de los que mueren con la impenitencia final [6].

Texto católico como el que más, Autobiografía es, por lo mismo, un libro cristocéntrico y mariano, eucarístico y sacramental, profundamente angelógico y, a la vez, esencialmente humano.

Es cristocéntrico porque se expresa en él el drama de la Cruz y se manifiesta, en el sufrimiento del niño que sabe que se lo asesinará, aquello de San Pablo: "Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo" (Col 1, 24). Nada más digno que el dolor señorial de una criatura inocente para aprehender, siquiera en parte, el Misterio de la Redención de nuestro Señor. Porque no hay Gloria sin la Cruz, ni felicidad sin Calvario.

Y esta singular "Autobiografía" es también un libro mariano, porque capta la luz de la maternidad de María y desde ella analiza las luces y sombras de la maternidad humana. Gran parte del texto se sostiene en el suspenso acerca de la decisión de la madre terrena del nascituro, que se sacude en el terrible péndulo de ser fiel a su vocación materna, por un lado, y por el otro, a la tentación, azuzada por el diablo, de dar paso al egoísmo del marido y suyo propio para cometer el abominable pecado.

Al hablar de su ángel guardián, que se estremece de amor al sólo nombre de la Señora, el niño dice que la mejor lección que éste le ha dado es "la de que Dios me ama desde antes que yo existiera con un amor inmenso y que la Santísima Virgen es Madre de Dios y también madre mía, otra madre que me quiere más que la que ahora me lleva en su seno” [7].

Es también un libro eucarístico. Temor y temblor producen las páginas en las que el pequeño nascituro ve iluminarse el seno materno por la luz irradiada por la Comunión. Vale entonces transcribir un diálogo del niño con el ángel, en el que éste le explica la razón del súbito resplandor en el seno materno.

La luz del corazón de mi madre me deslumbra - dice el niño - Parece ahora mil veces más intensa que hace un rato y yo, pobrecito de mi, que he recibido ya tantas lecciones de mi ángel, no sé qué es este calor precioso que me penetra el corazón y esta claridad que tanto me alegra.

- Tu mamá - dice Absalón, que ha plegado sus alas y se ha puesto de rodillas - acaba de comulgar. Lo que tú estás sintiendo es el amor a Cristo Jesús, que en este momento está muy cerca de ti.

- ¿Puedo hablar yo con Él?

- Sí, dile que lo amas. El te comprenderá.

- No me limito a decirle que lo amo, por mi cuenta agrego otra cosa: Señor, te amo... Quiero nacer para ser tu sacerdote y perdonar los pecados de los hombres. ¡No permitas que me maten, Señor! [8]

Y, además, es éste un libro angelógico pues en él se destaca toda una angelología tan necesaria como despreciada por las reflexiones torvas de la "nueva teología". En efecto, aquí se realza especialmente a los Angeles Custodios, destinados por Dios para guardar y custodiar a los hombres. Estos ángeles, enseña el P. Díaz, poseen una Sagrada tarea y misión, expresada en una oración piadosa que dice: ´guardar, sostener, proteger, visitar y defender´ a los hombres" [9]. Y lo propio indica Wast al presentar a un ángel guardián como el verdadero interlocutor del nascituro a medida que se aproxima el tan terrible final. Las páginas del libro son hospitalarias de consejos y admoniciones angélicas. Vale recordar que es precisamente el ángel custodio quien, en escena majestuosa, otorga al nascituro el milagro del Bautismo, diciéndole a unos de los practicantes del crimen: "Tenga piedad de este niño que todavía vive. Usted que sabe la fórmula, bautícelo" [10]. Porque, por misterioso designio del Señor, un ángel, que tiene la visión Beatífica y acompaña diariamente a la Virgen, no puede administrar los sacramentos. Sólo un hombre, alter Christus, puede hacerlo [11].

Libro profundamente humano, en fin, porque muestra la verdadera naturaleza creatural del hombre, allí, en el confín de lo visible y lo invisible. De esta peculiar autobiografía se desprende toda la sana antropología, aquella que busca la contemplación de Dios en el fondo del alma. In interiore homine habitat veritas, ha dicho San Agustín. Si el libro describe la infamia horripilante del aborto, producida en la oscura aceptación de los padres, es para señalar otra "noche de las entregas", en las conciencias oscurecidas por el pecado, pero también para inocular el sentido de nuestra esperanza. Porque eso es lo sublime del hombre, el ser capaz de lo peor, por su caída en el pecado, pero también de lo excelso y diáfano, por su tensión a Dios, por ser capax Dei.

¡Al combate por la vida y a la Vida por Cristo!

Hugo Wast terminó la Autobiografía en 1962, poco antes de partir a la Casa Paterna. Es su libro póstumo, su último bien legado. Por el momento en que fue escrito el libro no señala los alcances de la actual Cultura de la Muerte. No podía hacerlo. Pero en sus páginas se describen proféticamente, tendencias que hoy son realidades objetivas. Ya se develan allí las semánticas deformaciones inmanentes al entramado ideológico que ofusca las conciencias y se atisban las condiciones que permiten este estado de locura social en el que hoy vivimos.

Pero ante todo Hugo Wast dice, cómo sólo él puede hacerlo, lo que hay que decir y lo hace sin eufemismos ni claudicaciones semánticas. Por eso, su obra resulta tan significativa en un momento en que el mismo "discurso" de la defensa de la vida se impregna a veces de ambigüedades y giros tergiversatorios que no podemos ni queremos soslayar.

En efecto, en no pocas ocasiones escuchamos un discurso morigerado, desprovisto del "sí, sí; no, no" del Evangelio, un palabrerío que omite toda referencia al Orden Natural dimanado de la Ley Eterna y que se sostiene en cuestiones sin sustancia. Así, suele hablarse de la "defensa de la vida" argumentando la convivencia democrática, la Constitución, los derechos humanos, el igualitarismo o una equívoca defensa de los "valores". De ese modo, se dice algo para no decir nada y se continúa con la connivencia, material y espiritual, con el enemigo de la Vida.

Lo que hay que combatir es el verdadero proyecto que subyace en la mentada Cultura de la Muerte, esto es, la condenación eterna de quienes en ella se enrolan. En tal sentido, es menester comprender que el Enemigo se vale de tan inicuos medios (aborto, eutanasia, anticoncepción, esterilización, etc.) para lograr su cometido mayor: engrosar su legión de condenados.

Ante eso, la llamada Cultura de la Vida sólo es posible si se entiende de una vez por todas que su sentido último es la salvación de las almas y no la mera reacción a lo que los cultores de la muerte "ponen en agenda".

Así, Hugo Wast nos lega un libro profético para resguardarnos de esas concesiones cuasi apóstatas, conminándonos a decir y hacer lo que Dios manda. Por eso, la lectura y consulta de la "Autobiografía" es un "retorno a lo esencial" que ilumina los fines y, por lo mismo, endereza los medios. ¡Con hechos que son varones y no palabras que son hembras!, como gustaba decir Gracián.

¡Ay de los que escandalizan a los niños!, ha dicho, terminante, el Señor de los Ejércitos para espanto de los nefandos escandalizadores de ayer y de hoy. Ay de ellos. Mientras tanto, a nosotros sólo nos cabe decir con cristianos bríos: ¡al combate por la vida y a la Vida por Cristo!

Citas

[1] Hugo WAST: "Vocación de Escritor", en: Obras completas, T. XXV, Buenos Aires, Thau, p.276.

[2] Ibid.., p.268.

[3] Cf. Juan Carlos MORENO: Gustavo Martínez Zuviría, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962, pp.59 y ss.

[4] Manuel GÁLVEZ: El novelista y las novelas, Buenos Aires, Dictio, 1980, pp.134-135.

[5] Hugo WAST: Autobiografía del hijito que no nació, Buenos Aires, Theoría, 1994, p.68.

[6] Idem., p.69.

[7] Idem., p.21.

[8] Idem, p.40.

[9] Armando DÍAZ OP: Los ángeles y el demonio del mediodía, Santa Fe de la Veracruz, Centro de Estudios San Jerónimo, 1996, p.38.

[10] WAST: Autobiografía, p.59.

[11] Véanse al respecto las bellísimas reflexiones de Hugo WAST en "Navega hacia alta mar", Buenos Aires, Vórtice - Didascalia, 1996, pp. 189-190.

Fuente: Catholic.net